En arquitectura, el color puede cambiar según el tipo de luz que esté presente. La luz cálida tiende a intensificar los matices amarillos y rojizos, creando ambientes más acogedores; la luz fría, por otro lado, resalta los tonos azules y grises, aportando una atmósfera sofisticada y versátil. La luz natural, en su variabilidad, ofrece una lectura más fiel del color, pero también lo hace cambiante a lo largo del día.
Estas variaciones afectan la percepción espacial, la jerarquía de los elementos y, en muchos casos, la intención del diseño. Por eso, elegir una paleta adecuada implica considerar no solo el color en sí, sino su comportamiento frente a las condiciones de luz del entorno.

Tonos como SOULFUL HDC-FL13-7 de BEHR® ofrecen un ejemplo claro de esta adaptabilidad: en entornos cálidos, proyecta una sensación de refugio; con luz fría, transmite sobriedad y control. Integrar esta lógica en el desarrollo de un proyecto puede marcar la diferencia entre un espacio estático y uno con vida propia.
