

Un santuario para la desconexión en las montañas de Medellín
En las laderas boscosas del Alto de Las Palmas, a las afueras de Medellín, Colombia, emerge Garden of the Soul, un centro de yoga que no parece un centro de yoga. No hay letreros, no hay señales. En su lugar, una experiencia casi ceremonial, guiada por la arquitectura, la luz y el silencio.
Todo comienza con un gesto mínimo: quitarse los zapatos. El visitante accede al espacio a través de un pasillo de madera bañado por luz tenue. Ese túnel marca el inicio de una transición: se deja atrás el ritmo agitado de la ciudad y se entra en otro tiempo. El diseño propone una secuencia deliberada: ingreso, despojo, agua, sonido, luz. Sin adornos ni distracciones. Cada elemento tiene un propósito. Todo invita a la pausa.
El corazón del proyecto es una circunferencia de piedra natural que contiene agua. El gesto es simple: detenerse, beber, escuchar el goteo. Es una arquitectura que baja el ritmo del cuerpo. El nombre Garden of the Soul no es casual: aquí todo está pensado para inducir serenidad.


El proyecto se articula en torno a varios jardines, aunque ninguno responde a su definición convencional. Hay un jardín sonoro, donde el agua apenas se percibe. Un jardín seco, compuesto por piedra, arena y musgo. Y un jardín de luz, creado por tragaluces que filtran claridad cambiante durante el día.
La iluminación —diseñada junto a Estudio de Dos— es una apuesta fuerte. Durante el día, los salones se inundan de luz natural tamizada. Por la noche, la iluminación artificial asume el protagonismo con un lenguaje escénico y sutil. Un halo cenital, por ejemplo, marca el lugar del maestro, dotando a la práctica de una dimensión casi ritual.


Los materiales refuerzan el relato. Piedra café pinto local, madera de roble, agua. Todo se mantiene dentro de una paleta natural. La circunferencia central, resuelta mediante una modulación precisa, conserva su geometría sin cortes visibles. Nada distrae. Todo apunta a que el espacio funcione como un refugio silencioso, casi fuera del tiempo.
Más allá de su función, el espacio transforma el comportamiento del visitante sin necesidad de indicaciones. “La arquitectura define lo que ocurre, pero no lo impone”, explica Amalia Ramírez, arquitecta y directora de ar_ea. Los recorridos están cuidadosamente pensados, pero dejan espacio a la interpretación. Cada visitante construye su propia narrativa.
La clienta dio total libertad al estudio para diseñar algo distinto a los centros de yoga comunes en Medellín. “Se construyó casi igual a como lo propusimos desde la primera reunión”, cuentan desde ar_ea. Esa libertad fue clave para explorar una pregunta central en su práctica: ¿cómo se experimenta el espacio desde el cuerpo, la luz y la materia?
Con Garden of the Soul, ar_ea reafirma su enfoque: espacios de bienestar alejados de lo literal, que combinan sensibilidad estética, diseño preciso y experiencia corporal. Aquí, más que explicarse, el espacio se vive.

Arquitectura y diseño de ar_ea Estudio de Arquitectura
Por ©Mónica Barreneche
Fotos de ©Mónica Barreneche de El Buen Ojo
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