FANTASTIQUE! 

¿EXISTE UNA MEJOR MANERA para conocer París que hacerlo por todo lo alto? O mejor dicho, ¿acaso concibe usted —lector amante del lujo— alguna otra manera de hacerlo? Me brinda la bienvenida a esta gran ciudad el siempre espléndido Sócrates y los años de tradición en el arte de la hostelería, que se ponen de manifiesto al cruzar las puertas giratorias doradas de Le Bristol que, desde 1925, ha deleitado con espléndida calma a diversas generaciones de bon vivants. No en vano, Woody Allen (quien al igual que Sócrates deambula por los salones durante nuestra estancia), lo ha elegido como locación para Midnight in Paris

El hotel se sitúa a una cuadra del Palacio del Elíseo (sede de Emmanuel Macron) en la Rue du Faubourg Saint-Honoré, barrio diplomático y lugar de fundación de Hermès, Lanvin y otras casas de lujo francesas. El edificio ostenta una gran fachada haussmanniana en piedra caliza y cuenta en su interior con un ascensor de vidrio y hierro forjado que nos desplaza por majestuosos espacios cuya arquitectura y decoración —embebidos por suaves tonos en clásicos motivos florales, toile de Jouy, antigüedades, tapicerías de Aubusson y obras de arte originales— reflejan la historia del siglo XVIII, cuando se construyó originalmente la mansión. 

Le Bristol surgió como uno de los mejores hôtels parti- culiers en 1877, cuando el expresidente Ulysses S. Grant se hospedó allí durante cinco semanas después de su gira mundial. En 1923, Hippolyte Jammet compró la propiedad para transformarla en uno de los hoteles más lujosos. Pasada la Segunda Guerra Mundial, y tras la apertura de la boutique de Pierre Cardin en el 118 de la Rue du Faubourg en 1954, muchas otras marcas de lujo comenzaron a abrir boutiques en la zona y el hotel fue frecuentado por clientes como Charlie Chaplin, Rita Hayworth y otras celebridades. 

En 1978 fue adquirido por Rudolf August Oetker, fundador del grupo Oetker Collection, y comenzaron las obras de reforma en la década de 1980, que incluyeron la ampliación de las habitaciones, la restauración del jardín y una piscina en el sexto piso con vistas al horizonte parisino. En 2007, Le Bristol adquirió el edificio contiguo, que permaneció abierto durante los seis años de una renovación que se completó en 2018, un cambio que incluyó la adición de una nueva ala, nuevas suites y una decoración renovada. 

La mejor manera de hacer un cambio de look es repasando nuestra propia historia. Y quizás como una manera de evocar el origen de esta gran casona a través del diseño es que cada habitación se abre con un gran y elegante llavero. Distribuidas entre el edificio principal y el ala Matignon, las 190 habitaciones y suites son aireadas y espaciosas, con vistas a la gran avenida o a un jardín lleno de flores. Revestidos en mármol pálido, los baños están equipados con amplias duchas y bañe- ras (Bad Bunny, Brad Pitt y el elenco de Tren Bala subieron a Instagram una selfie en una de ellas). Muchos tienen tocado- res dobles para tener espacio adicional para prepararse para una gran velada, dentro o fuera de palacio. 

La mitad de la experiencia de alojarse en Le Bristol es explorar sus comodidades, y bajo este techo conviven cuatro estrellas Michelin. El legendario Epicure del chef Eric Frechon quien nos recibió con un menú de 10 tiempos— ha ganado tres estrellas por su impecable gastronomía. En el refinado e informal 114 Faubourg se sirven menús galardonados con una estrella en una cocina abierta, donde pudimos degustar de una cena de cinco tiempos junto a la grata companía de Sócrates, nuestro anfitrión. Además, en Le Jardin Français y el café Antonia, a cargo del chef pastelero Yu Tanaka, disfru- tamos del mejor croissant de la ciudad, cuyo secreto mejor guardado está en la mezcla de granos que forman su harina, elaborada cada día en el propio molino de Le Bristol. 

Una mención aparte merece Le Bristol After Dark: el clásico bar se transforma en una exclusiva fiesta con luces vio- leta en un ambiente que nos recuerda a una biblioteca, con fotografía y arte contemporáneo. Mullidos sillones tapizados en Lelièvre nos acogen al son de latin house, un público total- mente ecléctico, mientras en la barra posan Miuccia, Demna, Tom o Daniel Lee… los títulos de los cocteles propios de un espacio que es el mejor lugar para terminar una fashion week

La piscina del último piso, cuyos amplios ventanales ofrecen vistas a la Torre Eiffel, está rodeada por paneles de madera y coloridos murales en estilo náutico, creación del arquitecto Cäsar Pinnau, quien también diseñó los yates de la familia Onassis y Niarchos. El spa nos mima con terapias y tratamientos rusos Banya utilizando las líneas de alto ren- dimiento La Prairie y Tata Harper totalmente naturales.

Sin desmerecer lo anterior, quizás el mayor lujo en Le Bristol es el servicio. Una atención personalizada en todo momento, acreditada por las llaves doradas en las solapas del conserje, que dan fe de su talento. En nuestra estadía, Tony nos ayudó a conseguir entradas para museos y espectáculos, citas con anticuarios y diseñadores, a reparar nuestro equipaje (Rimowa ofrece servicio gratuito para todos los huéspedes), ¡y hasta a conseguir un traje de baño barato! (y de muy buen diseño). 

Todo esto y más le he comentado a Sócrates, quien con su siempre perfecta impronta y sus grandes ojos azules ha abandonado de madrugada su habitación privada en Le Bristol para salir a despedirnos al vestíbulo de mármol. Sócrates, un hermoso gato birmano que oficia como la mascota del hotel, observa todo en silencio y con una distinguida indiferencia, encarnando perfectamente la máxima idea del lujo: hacer que la elegancia sea natural y casi imperceptible. / 

Por Cristián Gálvez Capstick. 

Fotos Claire Cocano, Vincent Leroux, Benoit Linero, Marianne Majerus + Romain Réglad