Fernanda Canales

“Podría contar el relato de mi vida a partir de obras importantes de arquitectura que me fueron marcando, construcciones que visité de niña que me dejaron huella. Por ejemplo, nunca olvidaré una vez que fui de pequeña a la casa de un señor que hacía joyería y resultó ser la casa Ortega de Luis Barragán que recuerdo a través de los tapetes, los colores de los muros y el jardín. Supe quince años después que Barragán había hecho esa casa. Recuerdo también un hospital inolvidable que después averigüé había sido diseñado por Pedro Ramírez Vázquez, una iglesia de Enrique de la Mora y un club de José Villagrán. Todas mis memorias están asociadas a la arquitectura, a lo que he visitado en viajes y a monumentos memorables, pero también a espacios cotidianos, casi anónimos o que no eran obras relevantes en su momento, pero que después he descubierto fueron realizadas por grandes autores”, nos cuenta la arquitecta Fernanda Canales.

Para Fernanda, quien además de ser proyectista es curadora, investigadora, maestra y escritora; la arquitectura es el elemento que define la relación entre las personas y el mundo, el espacio que delimita cómo interactuamos entre nosotros y con el medio ambiente. Su trabajo abarca desde el diseño de muebles hasta la construcción del espacio físico y proyectos de urbanismo, pero va mucho más allá, ya que su interés incluye la historia de cómo los seres humanos han decidido habitar el mundo.

Estudió la carrera en la Universidad Iberoamericana donde se graduó con mención honorífica y recibió el premio a la mejor tesis del año, después hizo una maestría en Barcelona en el Politécnico de Cataluña y es doctora Cum Laude por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Cuenta Fernanda cómo cambiaron rotundamente sus planes cuando durante la maestría, trabajaba con Ignasi de Solá- Morales, su director de tesis con quien estaba haciendo un libro y del que era asistente en las clases; se murió Ignasi y de un día para otro se quedó sin director de tesis, sin trabajo y sin las clases. “Poco después hubo un congreso en Barcelona al que iban muchas personalidades internacionales así que después de la conferencia de Toyo Ito lo abordé, le enseñé mi portafolio, me pidió mi teléfono y al día siguiente me invitó a trabajar con él en Tokio porque acababa de recibir su primer encargo fuera de Japón, un proyecto en España. Fui la primera arquitecta no japonesa que estaba en el despacho de Ito.

Esto fue antes del mundial de Japón, cuando todos los letreros de la ciudad estaban únicamente en japonés, la computadora tenía el teclado en japonés, todos los programas estaban en japonés y fue una experiencia muy interesante porque me exigía hacer arquitectura sin palabras y entender lo que estaba pasando solo a partir de lo visual y lo material. La forma de comunicarme fue a partir de las maquetas”.

Para Fernanda, esta fue una maravillosa experiencia porque era un momento importante de apertura de la arquitectura japonesa hacia el extranjero y porque pudo visitar las obras de Ito, Kazuyo Sejima y Shigeru Ban. Muchos de sus colegas dormían abajo del escritorio e incluso los fines de semana trabajaban día y noche. Era bestial el nivel de trabajo de los japoneses. Estuvo menos de 6 meses, pero participó en un proyecto que Toyo Ito tenía en Alicante, un proyecto excepcional por su relación con el paisaje y con la estructura, pero que al final se construyó solo parcialmente, y colaboró en el proyecto de un Museo de Arte Contemporáneo para Guadalajara de Jorge Vergara. Estas fueron las primeras obras internacionales de Ito.

“Siempre me había apasionado la arquitectura japonesa, sobre todo la tradicional, pero también la obra de Kazuyo Sejima. De Toyo Ito me atraían más sus escritos, era el momento en el que estaba desarrollando su concepto de arquitectura líquida, el espacio líquido y la teoría sobre la arquitectura inmaterial bajo la influencia de las construcciones tradicionales japonesas hechas de madera y de papel que son muy flexibles, con paredes que se mueven. Muchos de los arquitectos contemporáneos japoneses buscan esas mismas cualidades, lo atemporal, lo ligero y movible. Hacen edificios que en lugar de tener fachada tienen una cortina, completamente abiertos al exterior, con una relación entre lo privado y lo público muy vanguardista, pero apoyada en la arquitectura tradicional, donde no hay una división entre el interior y el exterior, y existe un espacio intermedio, el engawa que se extiende hacia los jardines. Juegan mucho con la inmaterialidad de la arquitectura y a mí ese concepto se me hace increíble porque modifica el entendimiento de la arquitectura, las restricciones de la gravedad y el rol que desempeña la estructura.

Me parece especialmente relevante, sobre todo al considerar el caso de México, donde las construcciones son muy pesadas y monumentales, muy ligadas al uso de piedras. Me atrae mucho cuestionar ese concepto de la arquitectura y empezar a imaginar espacios más flexibles y ligeros. En México estamos construyendo muros altos y masivos, pequeños feudos por todas las ciudades, mientras que allá están viendo cómo se abren las casas a la ciudad. Se trata de nuevas formas de entender la relación entre el espacio y la naturaleza, entre lo público y lo privado, el espacio doméstico y el espacio urbano’.

“En México vivimos otra realidad constructiva, otros presupuestos y tradiciones, pero me interesa siempre plantearme estas preguntas para poder hacer más rica la relación entre exterior e interior, para, por ejemplo, lograr que la definición de interior no solo sea porque el espacio tiene un techo y hacer que el exterior se extienda y llegue hasta una cama o un sillón. Me interesa expandir los gradientes o matices entre el dentro y el fuera. Busco que la arquitectura provoque nuevas maneras de relacionarnos con el entorno. Me gusta crear distintas formas de hacer entrar la luz o integrar espacios a medio camino entre el interior y el exterior y hacerlos más flexibles. A nivel conceptual son cosas que me interesa mucho seguir buscando”, comenta Fernanda Canales.

“La vida promedio de los edificios en lugares como Japón es de apenas unos veinte años y después su valor se deprecia y demuelen los edificios para construir algo nuevo. En todo el mundo la vida útil de los edificios se ha hecho cada vez más corta, pero sabemos que, en términos de sustentabilidad, lo mejor es aprovechar lo que hay. La arquitectura del futuro será adaptar lo que ya existe porque es lo más eficiente en términos ecológicos y económicos. La arquitectura tiene que estar preparada para esa flexibilidad. En Nueva York, por ejemplo, después de la pandemia, muchos de los edificios de oficinas de Midtown se quedaron vacíos, pero al mismo tiempo la ciudad tiene un enorme problema de carencia de vivienda, así que el reto está en transformar estos bloques de edificios subutilizados y proveer espacios para habitar. El gran reto de la arquitectura es lograr que dentro de estructuras ordenadas y duraderas haya flexibilidad y atemporalidad. Fernanda es una experta en investigar cómo la arquitectura puede responder a las incertidumbres del futuro.

Actualmente está construyendo varios proyectos sociales con SEDATU, en las ciudades de Agua Prieta y Naco en Sonora, en la frontera, pegadas al muro que divide a México y Estados Unidos. Se trata de una serie de programas muy interesantes que se tuvieron que hacer muy rápido, muy barato y a distancia porque fue durante la pandemia. Fernanda está realizando siete obras: una biblioteca, un mercado, un centro deportivo, una casa para adultos mayores, una guardería; todos con la voluntad de que se vuelvan el centro social de las ciudades, de espacios marginados en donde no hay ni banquetas o calles pavimentadas. “Al pensar en hacer una biblioteca donde probablemente no iba a haber muchos libros ni presupuesto de mantenimiento a futuro, diseñé la obra para que el edificio se convirtiera en un techo para dar vida a un espacio público que se convierte en parque lineal a lo largo del muro fronterizo.

De tal manera, la biblioteca genera una gran sombra en esta zona del desierto, para que las personas puedan utilizar el espacio de diferentes maneras y tengan un lugar donde pueda haber desde un concierto hasta una graduación. Al final de cuentas, el proyecto de la biblioteca es un espacio público donde poder sentarte con sombra, tener un lugar seguro, con baños, que de noche está bien iluminado. De esta manera, te vas anticipando a lo que la gente necesita”, asegura la arquitecta. Hace unos años, después de terminar el Centro Cultural Elena Garro en Coyoacán, le hablaron del INFONAVIT porque había una iniciativa con CONACULTA para adaptar un departamento abandonado dentro de un conjunto de vivienda social y transformarlo en una pequeña sala de lectura que albergara 1,000 libros que iban a donar. Si la estrategia funcionaba, se replicaba el modelo. No había presupuesto para mantener ese espacio a futuro y nadie iba a ser responsable de la seguridad de un espacio interior, así que Fernanda sugirió que el presupuesto se utilizara para crear un volumen exterior, visible y abierto, en el espacio público del conjunto habitacional, tomando los cajones de estacionamiento que se habían privatizado ilícitamente y se habían convertido en bodegas casi siempre inutilizadas.

Así, los cajones de estacionamiento abandonados se transformaron en pequeñas salas de lectura concebidas como lámparas para la comunidad, siempre visibles desde el exterior, y construidas con materiales muy económicos y duraderos. Se construyeron cerca de 15 prototipos en distintos estados del país, como espacio anti vandalismo, autoconstruidos por las comunidades, que han funcionado muy bien. En su arquitectura va cambiando de materiales según las cuestiones locales, la ubicación de la obra, el presupuesto, pero siempre trata de construir con no más de 3 o 4 materiales, muy básicos, muy sencillos. Lo que cambia es el tipo de la madera, que puede ser la de pino que tienen en la localidad o en otros casos una madera más sofisticada, haciendo hincapié en que el lujo no está en el material caro sino en el espacio, en cómo entra la luz, para que el lujo también esté presente en los proyectos de bajo presupuesto. “La riqueza está en cómo lo pones, cómo lo combinas, pero no en el hecho de que sea un material caro. Casi nunca trabajo con materiales importados. Prefiero los materiales locales”.

La laptop es su oficina, va con ella a todos lados y como la arquitectura es una profesión muy colaborativa, Fernanda tiene un buen equipo. “Llevo muchos años trabajando de esta manera, y me he rodeado de personas muy talentosas y están acostumbradas a este formato sin oficina. El trabajo integra a muchos especialistas, como al ingeniero de estructuras, a quien hace las maquetas, la persona que hace renders, los ingenieros de instalaciones, el diseño de paisaje, de iluminación, y voy juntando todas estas piezas. Armo los equipos dependiendo del tamaño del proyecto y la ubicación de la obra. Me funciona muy bien este formato flexible porque a veces hay más proyectos, a veces menos, luego estoy dando clases en el extranjero, haciendo trabajos de investigación o escribiendo un libro, así que no me imagino un formato permanente de oficina convencional”.

Este año estuvo dando un taller de arquitectura en el Politécnico de Milán, el pasado estuvo de profesora visitante en Harvard en el GSD, antes de eso en Princeton y en Yale. Fernanda disfruta de entrar y salir de los diferentes mundos, la obra es muy interesante pero también al dar clases dialoga más, la vida académica le da la posibilidad de mayor experimentación, más investigación, pero “si solo fuera eso, dedicarme a la arquitectura sin construir los espacios, me sentiría limitada de que la arquitectura se quedara nada más en el papel, me gusta la combinación”, concluye Fernanda Canales. 

Por Corina Armella de Fernández Castelló

Retrato de Héctor Velasco Facio