TRAMA LIBRE

POR INVEROSÍMIL QUE PAREZCA, podemos establecer ciertos paralelismos entre el trabajo que realiza el colectivo mexicano Máscaras de Alambre con la propia naturaleza humana. El paso de diferentes sucesos va dejando marcas que, si bien pueden constituir una imperfección, también pasan a ser parte de la historia de cada cuerpo. Tenemos un material inerte que, después de muchos movimientos, giros, cortes, fuerza y dedicación podemos transformar en una nueva figura, un nuevo “yo”.

Estructuras maleables capaces de adquirir infinitas formas, frágiles a primera vista, pero con la suficiente fortaleza para resistir el peso y el paso del tiempo; siluetas delicadas que, gracias a su sutileza, perfilan sombras que identificamos con lo real, lo imaginario o lo desconocido: cierto tipo de alma que habita cada obra.

Máscaras de Alambre es un proyecto creado en 2017 por David Miguel Herrera y Pablo Cobo, en Ciudad de México. Y tan espon- táneo como cada proceso de creación, este inicio estuvo marcado por la casualidad: mientras estaban en una cena, David comenzó a jugar con el alambre de un corcho de vino, dibujó un rostro y se la mostró a Pablo.

Ambos quedaron asombrados al ver cómo un material tan simple podía expresar tanto y de tantas maneras. La poderosa sensación de transmitir esa emoción dio origen a esta vorágine creativa que, con el paso del tiempo, ha dado lugar a la creación de joyas, esculturas de pequeño y gran formato, y diversas colaboraciones entre diferentes áreas del arte.

Tuvimos la oportunidad de conocer su trabajo en la instalación Origen, una residencia artística realizada en Conrad Punta de Mita, donde crearon un conjunto de piezas monumentales, las cuales no solo se apoderaron de los diferentes espacios del hotel —generando una sensación de permanencia única, aquella que nos hace pensar que estas obras siempre han habitado estos espacios—, sino también un hilo conductor que nos habla del hombre y su historia, lo que hermana cada pieza con el territorio y el contexto en el que las esculturas han sido situadas.

Verlos en acción fue altamente gratificante, trabajando a escalas tan grandes que muchas veces implicaban una labor intensamente cooperativa: fotógrafos, camarógrafos, artistas plásticos y amigos apoyaron en cada instante la creación de cada una de las obras.

Origen se inauguró al atardecer, y el cambio de luz del ocaso hizo que las esculturas adquirieran una nueva energía: los reflejos cobrizos en el metal parecían venas vivas en las figuras humanas (formando incluso estructuras anatómicas que se asemejan a los músculos), o que dotaban de un carácter divino a aquellas obras inspiradas en deidades mitológicas emergiendo en medio del océano.

Una vez más, y por inverosímil que parezca, un simple trozo de alambre —trabajado con maestría— nos hace reflexionar sobre la vida, la muerte y la trascendencia. Sentimientos volátiles que siempre genera el arte, y que es lo que nos mantiene en movimiento: una fuerza que nos empuja a crear para transformar.

“ES INCREÍBLE EL POTENCIAL QUE TIENE UN SIMPLE ALAMBRE. Al principio no teníamos ni siquiera para comprar materiales para hacer una obra, por eso agarramos los ganchos de ropa, UN OBJETO ACCESIBLE, y, desde entonces, NO HEMOS PARADO”. – David Miguel Herrera, Máscaras de Alambre

Por Cristián Gálvez Capstick.

Fotos Jorge Luis Terán Rojo